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Que lo que antes se enfrentaba ahora se una.
Que lo que antes se excluía ahora se reconozca mutuamente.
Que lo que antes se combatía, se hería, se hacía la guerra e incluso, querría destruirse el uno al otro, se unan ahora en el dolor por las víctimas de ambas partes y por el sufrimiento infringido a todos.
¿Qué consigue la paz?
Los que afirmaban su superioridad sobre los otros, considerándolos inferiores u hostiles, los reconozcan y acepten como iguales.
Confirman la especificidad de cada uno. Toman y reciben los unos de los otros.
La paz entre ellos amplía sus fronteras personales, permitiendo, dentro de esas fronteras, la diversidad y la peculiaridad respectiva así como la acción conjunta.
La paz comienza en el alma individual.
Lo que anteriormente hemos desechado, reprimido y lamentado de nosotros mismos, puede por fin ocupar un lugar en nuestro interior junto a todo lo que valorábamos hasta entonces. Se reconoce su importancia y su contribución a nuestro crecimiento.
Esto exige que nos despidamos del ideal de la inocencia que, ni fomenta ni exige el crecimiento, prefiere sufrir en vez de actuar y pretende que sigamos siendo niños en vez de crecer.
La paz continúa en la familia.
Muchas familias desean permanecer inocentes. Por ejemplo, dan gran importancia a su reputación, e incluso esconden, niegan y manipulan lo que creen que podría destruir su ideal de inocencia.
De este modo, para proteger su imagen de inocencia, se transforman en culpables. Excluyen a miembros de la familia, se avergüenzan de ellos, eliminan el recuerdo de ellos, porque sus destinos graves les da miedo y recordarles es doloroso. De este modo la familia se atrofia y se aísla.
La paz en la familia no es ni sencilla ni cómoda. El que ama la paz y la sirve, mira de frente la carga, la culpa y el dolor, da a todos los miembros de la familia un sitio en su alma, aunque sean diferentes a como los demás desearían o creían que eran. Se enfrenta al reto y a la controversia que conlleva reconocer a los otros como iguales y amarles.
¿Cómo podemos fomentar la paz, más allá de la familia, en otros ámbitos más amplios?
Primero, posiblemente sólo en un círculo pequeño, como el de los vecinos o el trabajo y después también allí donde tengamos una mayor responsabilidad, como en organizaciones o en la política.
Allí sólo podemos ayudar a la paz respetando la dignidad y las cualidades específicas de todos; lo que son y lo que han aportado al conjunto. Esto exige también que nos fijemos en los culpables y los respetemos, sin liberarlos, ni de la responsabilidad de sus actos, ni de las consecuencias de su culpa, porque esto pertenece a su dignidad.
La paz no evita los conflictos.
Gracias a los conflictos la gente muestra lo que es importante para ellos y lo que sienten como amenaza. En el conflicto expresan y defienden sus intereses, hasta el momento en que tienen que admitir hasta donde y hasta qué punto el interés de los demás actúa como un límite para sus propios intereses. Sólo entonces es posible un equilibrio y un intercambio entre ellos. Esto permite que cada uno madure y se enriquezca a través de las peculiaridades de los demás.
De este modo el conflicto es un requisito para la paz y la prepara.
La paz nunca se alcanza del todo.
La paz eterna, con la que muchos sueñan, podría compararse a una parálisis. Sin embargo la paz concluye algo: aquello que anteriormente agotó las fuerzas en el conflicto puede ahora retirarse, apaciguado. Debemos permitir que el conflicto se retire sino renacerá, incluso después de resolverse. Y ¿Qué es lo que hace que resurja un conflicto? ¡El recuerdo del mismo! Por lo tanto, debemos permitir que lo que está en el pasado esté en el pasado.
Los grupos son la mayor amenaza para la paz.
En ellos dejamos de mirarnos de individuo a individuo y nos percibimos primero como miembro de nuestro grupo, percibimos a la otra persona como miembro de su grupo, nos volvemos ciegos a los individuos. Como parte de un grupo, nos enajenamos fácilmente, nos volvemos como inconscientes y nos disolvemos en la colectividad.
La pregunta ahora es: ¿Cómo podemos fomentar la paz entre grupos?
Pues, frente a las fuerzas colectivas, los individuos son grandemente impotentes, incluso cuando conservan su capacidad de reflexión.
¿Qué posibilidad les queda entonces? Deben esperar el momento justo, en el que las fuerzas destructivas se han agotado a si mismas.
Hasta entonces pueden preparar el camino de la paz, en ámbitos reducidos, más íntimos. Esto exige de ellos el gran esfuerzo de soportar el conflicto, incluso de aceptarlo y estar de acuerdo como algo inevitable.
En un nuevo libro “la paz empieza en las almas”, aporto ejemplos de los dos últimos años, ejemplos de cómo preparar la paz en las almas.
Se trata de una parte de la paz entre los pueblos: por ejemplo entre griegos y alemanes con respecto a la segunda guerra mundial, la paz entre armenios y turcos después de la persecución, la paz entre Rusia y Alemania, entre Japón y los USA, entre Israel y sus vecinos.
El libro habla también sobre la reconciliación entre religiones, como los cristianos y el Islam, sobre la reconciliación entre conquistadores y conquistados, la reconciliación de la guerra civil en Colombia y de la reconciliación entre amos y esclavos en Brasil y los USA.
Con frecuencia esos conflictos tienen su origen en un pasado remoto y siguen actuando en el alma de los descendientes. Con la ayuda de las constelaciones familiares pueden enfrentarse, a través de los representantes, se consigue poner frente a frente las personas originariamente implicadas. Entonces, quizá por primera vez, se miran a los ojos, ven a cada uno como un ser humano, igual que el, con los mismos derechos, la misma dignidad. Consiguen ver lo que han hecho a los demás, lo que lo demás han sufrido por ellos, y empiezan a llorar a los muertos juntos, por todo lo que se perdió, se reconcilian y encuentran paz.
Sólo entonces sus descendientes son libres para elegir la reconciliación, para honrar a los muertos, y en memoria de ellos, procuran reparar la injusticia pasada, tan lejos como sea posible.
Entonces, por fin, pueden dejar el pasado atrás y actuar de modo constructivo en el presente.
En las Constelaciones Familiares el trabajo de reconciliación empieza en el alma individual y en la familia. Cuando se logra ahí la reconciliación, ésta se extiende a grupos más amplios. Por lo tanto permanecemos modestos en las constelaciones familiares, conscientes de nuestras limitaciones.
La paz profunda y duradera se escapa de nuestras intenciones y permanece más allá de ellas. Allí donde llega sabemos que fue un regalo.
Libro: “Reconocer lo que es” – Bert Hellinger – Gabriele ten Hövel – Edit. Herder
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